Bienvenidos a Juguetes de los 60 y 70, un sitio retro.


Muñecas

de Ana Menéndez.
Silvia Jurovietzky (compiladora): Papeles en Reunión II, Antología. Sonia Bevilacqua y otros. Libros de Tierra Firme. Buenos Aires, 2007.

"…me tuviste siempre a distancia,
por eso no nos hemos cansado la una de la otra."
Silvina Ocampo


Al terminar el día de trabajo él nos contemplaba satisfecho. Sin embargo su mirada se detenía invariablemente en vos, sin duda eras la más hermosa de todas. Quizá se preguntaba si también iba a ofrecerte junto a las otras. Desde el principio fuiste la preferida. Volvía una y otra vez sobre tus ojos, tus labios, y siempre encontraba algún detalle para corregir, perfeccionar, tal vez por el mero placer de acariciar tu cara de porcelana. Por eso, el día que llegaron a buscarte te entregó con cierta reticencia. Aunque todas sabíamos que tarde o temprano vendrían por nosotras, hubiéramos preferido irnos antes para no ver la tristeza que le provocaría tu ausencia. Acaso después lo conformó pensar que iban a valorarte como te lo merecías.

Relegada en el fondo de un estante vi partir a muchas, y cuando creí que me quedaría para siempre, los mismos que, casi un año atrás, te habían llevado, vinieron por mí. Yo era más pequeña y manejable, no necesitaba tantos cuidados, por eso me dejó ir sin pena.

Nuestros primeros años fueron tranquilos. Solo teníamos una dueña que sabía de tu fragilidad y estaba dispuesta a velar por vos hasta que otra generación te heredara. Siempre jugaba conmigo, por eso mi vida fue mucho más divertida. En sus brazos visité plazas, compartí toboganes y hamacas. Es cierto, también me olvidó alguna vez en un banco, y allí el sol decoloró un poco mi esmalte. Pero, la abuela me fue haciendo un ajuar a medida y hasta me compraron un dormitorio en miniatura, igualito a los de verdad. Mientras tanto, vos permanecías sentada en esa pequeña silla que te habían asignado desde el principio.

Juntas resistimos indemnes, viajes y traslados, entramos y salimos de baúles que cruzaron, por lo menos, dos veces el océano. Alguien, allá lejos, seguiría extrañándote, a vos, a la preferida.

Cuando nacieron las tres hijas de la que fuera nuestra dueña, yo ya había perdido el brillo, se habían resquebrajado mis brazos y, mis ojos, fijos en eterna vigilia, se convirtieron desde entonces en testigo de tu reinado. Cuando la madre de las niñas, que te había guardado por años entre naftalinas y alcanfores, creyó llegado el momento de entregar el legado a la mayor, la ceremonia fue emocionante. Se cumplía el rito familiar de que pasaras a otras manos juiciosas que también velarían por tu integridad.

Las tres hermanas solían jugar a tu alrededor y, a veces, en un descuido de los mayores, te acomodaban el pelo o simplemente te sonreían con un dejo de desilusión. Con vos no se podía jugar, le advertían a sus amiguitas, eras demasiado delicada.

Las mejillas rosadas, la mirada lánguida y esos labios que parecían a punto de hablar, te daban esa apariencia de soberbia debilidad que todos admiraban. Llevabas puesto tu antiguo vestido de gasa celeste con un moño vaporoso que se anudaba en la cintura. Parecías recién llegada, y sin embargo era el mismo con el que hacía tanto tiempo te habías despedido de nuestras antiguas compañeras.

Fue una pena que, una tarde, la menor de las nenas tropezara con vos y cayeras al suelo. Tu cara se hizo añicos mientras brazos y piernas volaron por el aire. La culpable corrió a esconderse debajo de la mesa, la más grande lloraba la pérdida de lo que, por ser la primogénita, le pertenecía, mientras la del medio, la más rebelde de las tres, disfrutaba ya los descubrimientos que ese cuerpo mutilado le prometía.

Hubo que buscar manos expertas para que te fabricaran una cara nueva. No pudiste conservar la luminosidad de antes, pero tus facciones se copiaron exactas. Recuerdo que la mayor aceptó con orgullo donar sus trenzas para reemplazar la melena rubia que volverías a lucir, apenas rozándote los hombros. Después, te instalaron en un sitio más alto que te preservara de posibles accidentes.

Me hubiera gustado acercarme, se te veía tan sola, pero en aquel entonces yo ni siquiera era un recuerdo. Me abandonaron en un rincón del altillo y a nadie se le ocurrió que pudiésemos hacernos compañía. De todas maneras nunca te habías fijado en mí, por qué ibas a necesitarme ahora. Desde allí me resigné a inventarte una historia, quizá diferente a la que él había vislumbrado para vos cuando todavía estábamos bajo su tutela.

Pasarían los años, las niñas dejarían de serlo. Tal vez nuevos hijos vendrían a alborotarlo todo. Hasta que un día, por fin, llegaría otra niña y las mujeres de la casa sabrían para quién conservar el legado.

Supuse que la nueva heredera aceptaría con docilidad que cuando fuera un poco más grande tendría derecho sobre ese trofeo. Todavía, por un tiempo, deberían protegerte. Te imaginaba encerrada en una caja enorme y oscura, pero vos espléndida como siempre.

Hoy puede ser ese día, la niña cumple seis años. Una de las tías llega con la promesa en brazos. Vas a cuidarla mucho, ¿no es cierto?, le dice, mirá que sobrevivió dos guerras. Sé que de mí no hablarán.

Tal vez ella, la niña, no entienda qué significa eso de sobrevivir y sólo pregunte si podrá jugar con vos. Puede ser que hasta se estire para abrazarte. La tía, entonces, quizá frunza el ceño y con dulzura aconseje ponerte en un sitio seguro donde no corras ningún peligro. Es posible que tu nueva dueña te haga lugar en su cuarto. A lo mejor muchas veces se quede mirándote y te cuente historias cuando los mayores no puedan oírla.

Qué lástima que con el tiempo te conviertas en una curiosidad más para las visitas que seguro van a elogiar tu perfección. Parece real, es posible que sea el comentario de todos.

Cuando la niña crezca, y con un poco de suerte tenga hijos varones, te volverás un estorbo y entonces vendrás a parar al altillo junto a otros objetos viejos e inútiles. Aquí vamos a encontrarnos. Ya no me será necesario fabricar más historias para sentirte cerca. Verás que al entrar en nuestro segundo siglo de vida, aunque el encierro haya resecado los elásticos que nos mantenían enteras, nuestros cuerpos confundidos en un mismo envoltorio todavía podrán soñar con volver a ser como antes. Vos siempre la más hermosa.



Volver a los títulos.